“Son los destinos, ¡imbécil!”

Allá por el año 1993, durante la campaña presidencial de los Estados Unidos, el todavía aspirante Bill Clinton le dijo públicamente a Bush padre: “Es la economía, ¡imbécil!”, alertando que ese era el problema de fondo. Haciendo una analogía con lo que viene sucediendo en el sector turístico desde hace ya unos años, en los que el exitoso desarrollo a nivel global de una actividad económica de primer orden que pareciera no tener límites comienza a mostrar su cara menos amable, quizás conviene volver a recordar que son los destinos turísticos el campo de batalla en el que se dilucida la competitividad turística de los países.

Por si alguien no se había dado cuenta todavía es el destino el espacio en el que afloran todas las contradicciones, amenazas y oportunidades de una actividad compleja y poliédrica, que deberíamos ser capaces de entender, anticipar y aprovechar en beneficio de la que es una de nuestras primeras industrias nacionales, con el 11% del PIB y más de dos millones de empleos directos en juego.

Hoy en día la presión que ejercen sobre los destinos turísticos del siglo XXI las nuevas tendencias sociodemográficas, políticas, económicas, medio ambientales y tecnológicas de todo tipo sitúan a sus gestores públicos ante desafíos de naturaleza y escala nunca antes conocidos. Hacerles frente requerirá inevitablemente la redefinición del papel tradicional de la política turística y de muchas de sus herramientas de planificación, gestión y acción en el ámbito local.

Me refiero a retos que no son solo de naturaleza digital y tecnológica. Debemos ser conscientes de que entre los grandes temas del turismo siguen estando muy presentes cuestiones como la estacionalidad, la redistribución geográfica, la masificación, la sobre explotación de los recursos en temporada alta, el sobre dimensionamiento variable de los servicios públicos, el cambio climático, la seguridad, la movilidad, la gestión de los residuos, los nuevos modelos de participación ciudadana y concertación público-privada y, en definitiva, la propia gobernanza turística.

Es en este contexto, y bajo esta nueva lógica, en el que se enmarca el impulso que desde la Secretaría de Estado de Turismo, a través de Segittur, se quiere dar para poner en marcha la primera Red Nacional de Destinos Turísticos Inteligentes de España. Es un proyecto ambicioso y de largo recorrido, que pretende promover un nuevo marco de referencia para consolidar los niveles de desarrollo y competitividad del modelo turístico español actual, al tiempo que se ponen las bases para el que será un nuevo modelo basado en innovación, conocimiento, tecnología y gobernanza compartida entre la Administración Central, la Autonómica y la Local.

Una Red que promoverá que los destinos se configuren como espacios turísticos innovadores, consolidados sobre una infraestructura tecnológica de vanguardia, que garantice el desarrollo sostenible del territorio turístico, accesible para todos, facilitando la interacción y la integración del visitante con el entorno e incrementando la calidad de su experiencia en el destino. Además de mejorar la calidad de vida de los residentes de cada uno de los destinos. Su lanzamiento, el pasado 11 de octubre, estoy seguro que marcará un antes y un después en materia de concertación de la política turística situando en el centro a los protagonistas y actores destacados de la misma: los destinos turísticos.